Crónicas Zinemaldia 2024

 

 

Con muchos nombres ilustres tras las películas y una importante presencia de famosos en la alfombra roja, la 72ª edición del Festival Internacional de Cine de San Sebastián prometía mucho. Una vez más, hemos pasado nueve días corriendo entre salas para tratar de abarcar el mayor número de proyecciones posible, prestando especial atención a la Sección Oficial y las Perlas sin dejar de picotear aquí y allá. Os dejamos con un resumen de las 48 películas -y series- que nos ha dado de sí un Zinemaldi que, adelantamos, ha sido uno de los mejores de los últimos años.

 

20 DE SEPTIEMBRE

 

Para los que nacimos en la década de los ochenta, el nombre de Emmanuelle evoca un cine picante al que nuestros padres accedían cruzando la frontera. El film dirigido por Just Jaeckin en 1974 es, de hecho, el más popular de una interminable serie de películas que desde 1969 alimentaron con mayor o menor fortuna aquél mito erótico. En la última reinterpretación de la novela original de Emmanuelle Arsan, la directora Audrey Diwan sorprende diluyendo este erotismo en la sobriedad de un drama sobre cómo el sexo y el dinero no bastan para tapar el vacío existencial del deseo. Es el viaje interior de una Noémie Merlant que transita por un hotel de lujo -todo fachada, goteras por dentro- valorando su excelencia para el placer de otros. Porque donde debiera hacer un calor sudoroso, la frialdad formal viene decirnos que, en su libertad sin censuras, el capitalismo nos ha vaciado por dentro. O que los ricos te follan por detrás sin despedirse mientras que un pobre te lo hará rico cara a cara.

 

 

Que el Vaticano encierra -y entierra- sus secretos lo hemos visto representado en unas cuantas películas. Pocas tan absorbentes como Cónclave, thriller político-eclesiástico en torno a la elección de un Sumo Pontífice. A través de una esculpida puesta en escena, solemne y pomposa, el director Edward Berger va tejiendo una telaraña de conspiraciones y luchas de poder entre facciones que pasan por los ojos de un cardenal llamado a ser juez y testigo, magnífico Ralph Fiennes como hombre bueno entre serpientes. Resulta sorprendente que con ese suspense mantenido, el guión lo arriesgue todo en un último acto plagado de explosiones físicas y argumentales que sacarán a más de un espectador de la película. Guste o no, es una resolución coherente con el humor mordaz y la ironía que hay escondidos tras tanta sotana. Dicho de otro modo, desbarra para bien. Quien esté exento de pecado, que tire la primera piedra. Con la Iglesia hemos topado. Habemus fumata. Negra.

 

 

Mucho menos conocido que otros regímenes autoritarios latinoamericanos, la dictadura militar brasileña que siguió al golpe de estado de 1964 dejó igual represión y muerte a su paso. Entre ellas, la del político Rubens Paiva, cuyo secuestro tardó décadas en esclarecerse. Basada en las memorias de uno de sus hijos, Ainda Estou Aquí reconstruye la historia de aquella familia rota partiendo de un luminoso pasado nostálgico hasta alcanzar la lucha de una madre coraje reclamando justicia, doliente Fernanda Torres. De lo particular a lo general, el retrato de Walter Salles es como abrir un antiguo álbum de fotos que alumbra las sombras de una época convulsa. Porque aunque el guión de esta película se las ingenie para retratar la belleza de un árbol genealógico perpetuado, termina hablando de resiliencia. Es una sentida y dignificadora ventana a la memoria histórica de los desaparecidos y -sobre todo- a la memoria de los que no olvidaron. Aviso para navegantes en tiempos de Bolsonaro.

 

 

Que la cinematografía india no se prodiga demasiado por nuestros festivales lo ejemplifica que All We Imagine as Light haya sido la primera cinta de aquél país que compite por la Palma de Oro en 30 años. Da también una idea de la calidad que atesora esta historia de sororidad intergeneracional entre mujeres lastradas por el peso de la tradición y las convenciones sociales, incapaces de alcanzar sus sueños como le sucedía a la Charulata de Satyajit Ray. Con una mirada sensorial cargada de poesía, la cineasta Payal Kapadia va construyendo un hermoso relato que navega de lo urbano a la naturaleza, desde las atestadas calles de Mumbai hasta un pueblecito costero, mutando también sus formas de la textura documental a la fábula mágica a medida que se va desarrollando el viaje interior de las protagonistas. Y como a veces ocurre con los sueños, es un fugaz espejismo del que uno despierta con sensación de clarividencia.

 

 

Hay historias que, vistas con el paso del tiempo, vienen a llamar la atención sobre lo que hemos cambiado como sociedad. Podría ser el caso de Soy Nevenka, en la que Icíar Bollaín narra los hechos que terminaron con la primera condena por acoso sexual a un político en nuestro país, hace ya más de dos décadas. A pesar de su desarrollo respetuoso y de las notables interpretaciones de Mireia Oriol y Urko Olazabal -perfecto ejemplo de caciquismo “torrentiano”- el enfoque de los personajes no logra escapar del todo al efecto telefilm en una concatenación de eventos casi periodística. Con todo, Bollaín ilustra con perfección didáctica todos esos mecanismos del acoso y la revictimización estructural perpetuados. Y es que alguno pensará que eran otros tiempos, que lo que cuenta este drama no sería posible hoy en día, pero si algo deja claro es que las cosas no han cambiado tanto cuando en los escaños -y los platós de televisión- se ven las mismas caras. Esperemos que Ana Rosa recoja el regalito.

 

 

Si hay una película de 2024 llamada al culto instantáneo, esa era The Substance, historia de una celebrity venida a menos a la que se le ofrece la oportunidad de mutar su cuerpo en alter-ego joven y caliente. Un intercambio, eso sí, sometido a una serie de normas que -lo sabemos de sobra- derivarán en espiral hacia el desastre como cuando se moja y alimenta a un Gremlin después de medianoche. A esta fiesta delirante se apuntan Demi Moore y Margaret Qualley, entregadas por completo a unos personajes límite. Con su retrato de la mugre del paseo de la fama, la propuesta de Coralie Fargeat se acerca más a una comedia gore de Serie B que a la nueva carne de Cronenberg, aunque el body horror rezume también por los poros de su piel. Su apuesta por el terror es también una sátira del de-aging hollywoodiense y el ideal de juventud eterna con el que se presiona a las mujeres, contada a través de un videoclip desbordante de hallazgos visuales que nunca pisa el freno. Sexi, grotesca y divertidísima.

 

 

21 DE SEPTIEMBRE

 

En 2009 el australiano Adam Elliot sorprendió al mundo con Mary and Max, que se mantiene como una de las mejores y más personales cintas de animación independiente de la historia. Han tenido que pasar quince años para que podamos ver su segundo largometraje, Memoir of a Snail, biografía en retrospectiva de dos extravagantes hermanos gemelos con un caracol a modo de magdalena proustiana. Con sus personajes de plastilina y su stop-motion gris, Elliot va construyendo un cuento vital sobre la belleza de lo diferente que es, al mismo tiempo, luminoso, triste, cómico, cruel, burlón, referencial y hermoso. Pero sobre todo, profundamente emotivo, especialmente cuando la banda sonora de la compositora Elena Kats-Chernin inunda el film. Sobran las comparaciones con el humor caustico de Wes Anderson o el sentimentalismo naif de Amélie. Los personajes de Adam Elliot tienen vida propia, éxito último al que puede aspirar cualquier imagen animada. Preciosa.

 

 

Kiyoshi Kurosawa viene apropiándose de géneros tan dispares como los del terror -Kairo-, el thriller -Cure-, el drama familiar -Tokyo Sonata- o el noir de época -La mujer del espía- para retorcer sus lugares comunes con aspiraciones meta-cinematográficas. En este juego de autor, Serpent’s Path es nada menos que un remake de la película homónima que dirigió en 1998, trasladándose aquí la acción de Japón a Francia. El resultado es un thriller de venganza y secuestros propio de una serie B televisiva que apuesta por la ambivalencia habitual de Kurosawa. Dice mucho ver a los actores tan perdidos como el guión, extraviados entre el suspense, la comedia -¿involuntaria?-, la acción y la exploración psicológica de unos personajes atrapados en un callejón sin salida de mentiras. La relectura no funciona más allá del plano teórico-narrativo o el ejercicio de estilo. Queda como una obra muy menor dentro de una filmografía prolífica y casi siempre estimulante.

 

 

Los fans de la animación teníamos marcado en rojo el nombre de The Wild Robot, enésima maravilla de los creadores de Shrek, Madagascar, Kung Fu Panda o Cómo entrenar a tu dragón. Tras la epopeya de esta robot varada en una isla salvaje reconvertida en madre adoptiva de un ganso incapaz de volar, el veterano Chris Sanders construye un film que avanza de clímax en clímax con una facilidad asombrosa. No solo deslumbra el apartado artístico y la animación, a medio camino entre el CGI y la belleza de unos paisajes dibujados de los que se podría enmarcar cada fotograma. Además de la excelencia técnica que se le presume a una superproducción de un estudio como DreamWorks, el guión de esta película funciona a muchos niveles narrativos, desde la épica de la aventura, el drama o el humor, pasando por su fondo de fábula sobre la tolerancia animal frente al vacío tecnológico. Pero si esta historia termina alzando el vuelo, es por su corazón. Preparen los pañuelos.

 

 

La manera en que tratamos a las personas con discapacidad es tema recurrente del cine social, enfocado las más de las veces con demasiada condescendencia. Sorprende, por inusual, cómo la argentina Simón de la montaña se acerca a estas cuestiones, valentía que le valió el Gran Premio del Jurado en la Semana de la Crítica de Cannes. Y es que con la original premisa de un adolescente que busca integrarse en un grupo de chavales con discapacidad intelectual como familia escogida, el cineasta Federico Luis viene a alterar el punto de vista del espectador para mirar a sus personajes sin rehuirlos ni juzgarles. Ayuda a ello la interpretación protagonista de Lorenzo Ferroy y los también estupendos secundarios, encabezados por Pehuen Pedre y Kiara Supini. El resultado es un film tan ambiguo como lúcido que cuestiona los muros que aíslan a las personas con discapacidad, pero sobre todo el modo en que construimos nuestras propias realidades.

 

 

François Ozon viene compitiendo en el Zinemaldi desde hace años con títulos tan memorables como Le refuge, Una nueva amiga, Verano del 85 o En la casa, película con la que Quand vient l’automne guarda ciertos paralelismos. Aquí el director vuelve a trastocar los géneros con sutil perversidad para contarnos una historia ambientada en un pueblecito de la Borgoña francesa que se disfraza alternativamente de melodrama, thriller rural y comedia negra. La dirección de actores brilla en las veteranas Hélène Vincent y Josiane Balasko, así como en el recién llegado Pierre Lottin, personajes que dejan al espectador lo que saben y callan, igual que esas elipsis narrativas. Probablemente uno de los mejores trabajos de Ozon en tiempo, solamente él sería capaz de meter en una batidora un crimen ciego, relaciones familiares y amistades en la tercera edad rodadas con crepuscular delicadeza para dejarnos con media sonrisa en la cara. No hay mal que por bien no venga.

 

 

Aunque la vida de Hildegart Rodríguez se haya contado antes -por Almudena Grandes en La madre de Frankenstein, pero también en un film dirigido por Fernando Fernán Gómez en 1977- no deja de sorprender que una historia tan fascinante y perturbadora como la suya siga siendo tan poco conocida en nuestro país. En La virgen roja, Paula Ortiz vuelve al drama de aquella mujer moldeada por su madre como arma reformista, suceso que se prestaba a muchas relecturas en tiempos del feminismo. Y mucho hay de político -tanto como de abstracción filosófica- en esta crónica negra ambientada en la España de la Segunda República contada con la solemnidad de una tragedia lorquiana, casa de Bernarda Alba que se va convirtiendo poco a poco en relato de terror gótico gracias al tour de force interpretativo de Najwa Nimri como escalofriante madre castradora. Freud en el sexo, Nietzsche en el pecho y Marx en la cabeza.

 

 

22 DE SEPTIEMBRE

 

Incontables películas han retratado el final del camino que nos aguarda a todos. Pocas con la sensibilidad con la que lo hace Los destellos. Como sucedía en los anteriores trabajos de Pilar Palomero, Las niñas y La maternal, el corazón de este relato está puesto en actores que consiguen sacar verdad de cada escena, una Patricia López Arnaiz de rostro suavizado y torrente interior, ese Antonio de la Torre capaz de trasmitir fragilidad y determinación al mismo tiempo, el descubrimiento de la debutante Marina Guerola y un Julián López alejado de su habitual registro cómico. Todos se reúnen en un drama tenue, contenido y teñido de verano que habla sobre cómo la vida -nosotros- sigue brillando ante la muerte. Incluso impresa en esos objetos convertidos en extensiones de las personas que se han ido. Porque eso somos, al fin y al cabo, un resplandor efímero que merece cuidarse de la mejor manera posible. Y sí, puede que esta historia ya la hayamos visto antes. Pero qué bonita la cuenta.

 

 

Dice @Labekoa que Hong Sang-soo es tal vez el cineasta actual más reconocible -también el más parodiable- y uno no puede más que estar de acuerdo. Con su puesta en escena mínima y sus historias de lo cotidiano en las que se cuela una magia imposible de definir, sus películas no son para todos. Pero, sin duda, tienen algo. Así sucede con A Traveler’s Needs, que sigue los pasos de una excéntrica francesa sin pasado conocido reconvertida en profesora de idiomas cuyo chocante método propio se intuye cercano al modelo de trabajo del director, estupenda Isabelle Huppert muy consciente de la gracia del personaje en la que es ya su tercera colaboración con el coreano. Incidiendo en sus juegos de repeticiones, su humor etéreo, su improvisación conversada y sus misterios terrenales, termina resultando una de las películas más genuinamente divertidas de Hong Sang-soo. Como en un poema, todo consiste en sentir la conexión, por incomprensible que resulte. Sigo comprando.

 

 

En la Nochebuena de 2019, una violación grupal terminó destapando una red de prostitución de menores tuteladas por el Gobierno Balear que venía operando con total impunidad desde hacía años, escándalo que tuvo importantes repercusiones políticas. Las chicas de la estación reconstruye aquellos hechos desde el punto de vista de tres adolescentes internas en un centro de menores, a las que dan vida unas debutantes pero muy convincentes Salua Hadra, Julieta Tobío y María Steelman. A ritmo de música urbana, la directora Juana Macías quiere levantar una película en la que conviven quizás demasiados tonos y personajes, perdiéndose a ratos entre el retrato íntimo de la amistad que une al grupo de chavalas protagonistas, la denuncia social más cruda y una crítica a la sexualización de unos cuerpos cada vez más jóvenes por parte del machismo estructural. Pero qué duda cabe, historias como estas, hay que contarlas.

 

 

Cuando se estrenó Fish Tank, muchos situaron a la cineasta Andrea Arnold en una liga similar a la de Ken Loach, retratista por excelencia de la working-class británica. Algunas temáticas de aquél film siguen presentes en Bird, barnizadas con el realismo social de Clio Barnard pero también la marginalidad luminosa de Sean Baker. Y es que a la hora de narrar este atípico coming-of-age sobre una joven con familia disfuncional cuyas andanzas se cruzan con un misterioso viajero con aura de espíritu protector, la película logra que el espectador conecte con unos personajes tan entrañables como descerebrados. Contribuye a ello la interpretación protagonista de Nykiya Adams y la hipnótica presencia de Franz Rogowski, pero es un Barry Keoghan tatuado al límite el que se roba cada escena. Con su naturalismo de cámara al hombro que baila del drama al fantástico, Arnold sale airosa de una historia hecha de opuestos en la que la poesía aparece como una flor en la basura. O un macarra cantando Coldplay.

 

 

Un 14 de abril de 1955 en Santiago de Chile, la escritora María Carolina Geel asesinó a su amante ante la atónita mirada de los huéspedes del Hotel Crillón. Convertido en uno de los crímenes más famosos de su época, aquellos hechos reales sirven de base para El lugar de la otra, que relata la historia de una invisible secretaria del Juzgado fascinada por la crónica negra de ese homicidio sin explicación aparente. Tras el andamiaje de un film de época y papel couché, la cineasta Maite Alberdi viene a hablarnos de una usurpación de estado imposible de consumar, representada aquí como huida vital, sororidad o liberación feminista. A pesar de su falta de empaste entre tonos, el resultado es un film curioso, liviano y simpático. Tal vez demasiado. Y es que más de uno desearía que esa mujer que se descubre más libre reflejada en una cárcel que entre las rejas de su casa despertase para descerrajarle cinco tiros al patriarcado.

 

 

Las protestas que siguieron al asesinato de Mahsa Amini sacaron a la calle a una juventud iraní hastiada con el régimen de Teherán, revueltas que fueron durísimamente reprimidas por unos gobernantes que vieron peligrar los pilares sociales de su moralidad. De eso trata The Seed of the Sacred Fig, en la que Mohammad Rasoulof enmarca aquellos sucesos en el seno de una familia presidida por un juez de pasado oscuro con dos hijas que abrazan el cambio con la rebeldía propia de su edad y una esposa atrapada entre dos aguas. Con la  denuncia de las imágenes reales que la película inserta en su ficción, este tenso choque de trenes avanza del drama doméstico al thriller psicológico para terminar abrazando la pesadilla. Y es que Rasoulof construye aquí una verdadera parábola política sobre cómo Irán ha inoculado el terror y la paranoia a una generación atrapada por sus propias raíces. O lo que es lo mismo, ¿cómo se puede florecer cuando la semilla del árbol está podrida?

 

 

23 DE SEPTIEMBRE

 

La tauromaquia siempre ha sido un tema espinoso y prometía incendiar opiniones en manos de un cineasta tan abonado a la polémica como Albert Serra. Sus Tardes de soledad siguen la gira del matador Andrés Roca Rey, al que el catalán aísla con su cámara en un encomiable ejercicio de abstracción, el detalle de la corrida en primer plano como choque de contradicciones entre ética y estética, vida y muerte, arte y barbarie, compromiso o espectáculo circense. Buscado o no, lo cierto es que después de ver su película a uno no le queda claro que Serra se posicione sobre el mundo del toreo. Dice mucho y malo de un documental reiterativo en sus rituales que termina valiendo menos que el debate que genera más allá de lo cinematográfico. Asumiendo la contradicción que alimenta la película, resulta casi imposible valorarla sin mojarse. Todo es político, especialmente cuando la sangre cubre la arena. Por si hubiera dudas, el que firma lo tiene claro: Torero, asesino.

 

 

Hace un par de años veíamos en el Zinemaldi Great Yarmouth: Provisional Figures, de Marco Martins, demoledor retrato de unos trabajadores extranjeros enclaustrados en un matadero británico. Algo de aquella película hay en On Falling, en la que la también portuguesa Laura Carreira expone el drama de las personas migrantes metidas en la cinta transportadora de la precariedad laboral con una puesta en escena oscura, fría y desasosegante en la que a ratos se cuelan destellos solidarios. Capitaneada por la estupenda interpretación de la actriz Joana Santos, es un film que habla con extraordinaria clarividencia de las caras ocultas de ese voraz capitalismo invisible del que todos participamos, desguace de recursos humanos de un primer mundo triste, pobre y exhausto. No condiciona que sea Ken Loach quien produzca este acercamiento a un cine social sin demagogias ni ollas a presión. Eat. Sleep. Work. Repeat. Su paquete está en reparto. En Escocia o en Donosti.

 

 

Hablar de Joshua Oppenheimer es hacerlo de The Act of Killing, aquél impactante documental sobre el genocidio indonesio narrado por sus propios perpetradores. Una década después, el cineasta regresa a la gran pantalla con The End, ficción en torno a una familia atrincherada en un búnker subterráneo para millonarios que guarda inesperadas similitudes con ese film. Las encontramos tanto en su fondo político como en su representación de una realidad simulada -memoria que aquí es futuro-, esos escenarios artificiales por los que pasean unos personajes que vienen huyendo de su culpabilidad con canciones como catarsis y una colección de arte pictórico a modo de museo de la banalidad. La propuesta es de una audacia conceptual inmensa. Lástima que todas las lecturas de este drama familiar con lienzo de musical postapocalíptico y reparto de lujo se dispersen hasta agotarse. 150 minutos para decirnos que, si sobreviven al fin del mundo, los ricos morirán solos. E impunes.

 

 

De un tiempo a esta parte, no son pocas las películas que vienen cuestionando la sagrada institución de la maternidad tradicional y sus nuevas realidades. En esta órbita se enmarca La llegada del hijo, de las argentinas Cecilia Atán y Valeria Pivato, que parte del reencuentro entre una madre y su vástago recién salido de prisión para contar un drama de profunda carga psicológica. Es una historia narrada a dos tiempos -de las consecuencias a las causas pero virando también sobre las exigencias y aspiraciones generacionales que atrapan al personaje de la actriz Maricel Álvarez- desvelando poco a poco sus misterios con una tensión latente, húmeda y silenciosa. Y aunque las motivaciones de cada protagonista no queden del todo claras entre tantos matices, hay que reconocerle a este film la valentía de poner sobre la mesa un potente debate moral sobre los límites incondicionales del amor filial. Nada mal para unas Nuevas Directoras.

 

 

Sean Baker se ha destacado por retratar con bondad a personajes marginales, la familia disfuncional de The Florida Proyect, el actor porno retirado de Red Rocket o, en Anora, una prostituta neoyorkina arrejuntada con un niñato ruso multimillonario. Nuevamente, el cineasta aspira a una mezcla de tonos imposible que terminan encajando como un milagro. Porque pudiendo contentarse con rodar una versión trash de Pretty Woman, su película es una screwball comedy moderna en la que caben el humor noventero, el deambular espídico de Uncut Gems o los nombres de Jess Franco y Soledad Miranda en los agradecimientos. Todo para desvestir a una galería de seres humanos heridos tras sus fachadas, encabezada por una Mikey Madison arrolladora. Divertidísima, desatada y melancólica, Baker culmina otra historia de las periferias con trazas de ternura llamada a ser una de las mejores películas del año. Más que una anti-comedia romántica, como salir llorando y puesto de coca de la última rave.

 

 

24 DE SEPTIEMBRE

 

José de Zer fue un periodista argentino conocido por haber reportado en los años ochenta un sonado caso de avistamientos ovni en prime time televisivo. La historia de este predecesor de Iker Jiménez al que se le fue -todavía más- la olla la lleva a la gran pantalla Diego Lerman en El hombre que amaba los platos voladores, en forma de inclasificable comedia ufológica. Como ocurría con la interpretación de Jessica Chastain en The Eyes of Tammy Faye, se podría pensar que para hacer interesante este biopic era necesario conocer al personaje real, pero Leonardo Sbaraglia consigue acercarlo a cualquiera. Entre la sátira y el humor surrealista, a nadie se le escapa que el reflejo de esta historia está en esa posverdad que inunda nuestro presente. Hoy hablaríamos de fake news e imágenes hechas con IA pero la credulidad del espectador sigue siendo la misma. Ya lo decía el gran Terry Pratchett: Puede que la verdad esté ahí fuera, pero las mentiras están todas dentro de tu cabeza.

 

 

Más allá de grandes nombres -Zhang Yimou, Wong Kar-wai, Jia Zhangke- y producciones independientes carne de festival, no es habitual que el cine chino comercial llegue a nuestras pantallas. Bound in Heaven oscila entre esa mirada autoral y la propuesta para el gran público en un dramón romántico que habla del amor como huida y anclaje vital a través del tiempo, espejo sentimental entre clases sociales en el que habita la pareja protagonista interpretada por los actores Ni Ni y Zhou You. Porque si una quiere escapar a la violencia de otra relación, el otro exprime una existencia con fecha de caducidad. La cineasta Xin Huo carga las tintas de este melodrama agarrao en la arrebatadora estética de su puesta en escena, terreno en el que los asiáticos suelen ser  imbatibles. Y es que, al fin y al cabo, tal vez el amor sea como ese espectáculo de fuegos artificiales que cierra el film: una luz fugaz condenada a maravillar y extinguirse.

 

 

Quienes hayan visto Mala sangre, Los amantes del Pont-Neuf, Pola X, Holy Motors o Annette, saben que Leos Carax habita uno de los universos cinematográficos más particulares que uno pueda imaginar. Universos del todo autoconscientes, como nos dejaba claro el arranque de estas dos últimas películas. En C’est pas moi el director se ha embarcado en un recorrido en retrospectiva que bien podríamos calificar de diálogo con ese mundo interior, asimismo, como ensayo en el que sus fuentes de inspiración encuentran origen y devuelven nuevos sentidos, con esa lógica de los sueños que en el francés se convierte en clarividencia. En definitiva, una autobiografía de Leos Carax atravesada por el (su) cine, la historia, el surrealismo, la música, el humor y los reflejos que las imágenes dejan en nuestras retinas. Puede sonar a café para cafeteros del monóculo, pero este mediometraje resulta tan ameno como fascinante. ¿C’est pas moi? No es cierto. Solo puede ser él.

 

 

La comedia francesa viene llegando a nuestras pantallas desde hace años con no poco éxito, alcanzando su cumbre en cintas como Bienvenidos al Norte o Intocable. En esta misma liga juega En fanfare, historia de dos hermanos separados al nacer, ubicados en mundos opuestos y reunidos por un mismo amor a la música. La batuta del director Emmanuel Courcol se las ingenia para que todos los elementos habituales del género -el humor, el drama subyacente o el puntito social- suenen al unísono sin parecer encorsetados, ayudado también por los actores Benjamin Lavernhe y Pierre Lottin. No es poco mérito rodar semejante crowd-pleaser sin sucumbir a los clichés ni caer en la vulgaridad. Y es que aunque esta película la habremos visto millones de veces, divierte y emociona como pocas. Como dice @iortizgascon, puede ser la comedia francesa definitiva. La Señora del Príncipe que todos llevamos dentro debería aplaudir a rabiar. Viva la condescendencia.

 

 

El cine de terror vive una edad de oro con propuestas que compiten más allá de festivales de género. Es el caso de El llanto, en la que el debutante Pedro Martín-Calero nos mete en una historia de presencias sobrenaturales que extienden su maldad por continentes, épocas y generaciones de mujeres, acosando al trío actoral formado por Ester Expósito, Malena Villa y Mathilde Ollivier. Con el susto acechando en las oscuridades del fuera de plano, la trabajada puesta en escena de este film lo acerca al discutido terreno del elevated horror sin renunciar a diversas fuentes de inspiración reinventadas con acierto. De los fantasmas en VHS del J-Horror al angst sexual heredado de It Follows o el miedo a la violencia de género perpetuada a través del tiempo como metáfora fantasmal, El llanto se eleva como una sorprendente película de terror enrarecido e intrigante que gustaría a la mismísima Mariana Enríquez. Digna del @horrorfestival.

 

 

Media vida ha tardado Francis Ford Coppola en sacar adelante su Megalopolis, proyecto maldito imposible de definir sin usar términos absolutos. Y es que esta fábula en torno a un Adam Driver obsesionado con la creación de una utopía ética frente al status quo se erige y derrumba por aplastamiento, apabullante en sus lecturas e hipnótica en sus imágenes, al rato, vencida por la solemnidad del discurso y el feísmo digital que invade esa urbe desmoronada signo de nuestro tiempo. A Coppola hay que reconocerle un valor insobornable, la libertad de un cine que ya no se hace y del que fue máximo exponente. No quita para que Megalopolis sea como si hubiese metido en una IA delirante los inputs: «Imperio romano»; «Shakespeare»; «filosofía»; «arquitectura»; «Cirque du Soleil»; «New York»; y «chanante». Me dicen por Twitter: Te has dejado “erección”. Tal vez se convierta en película de culto. De momento es un ¿Por qué, Francis? ¡¿POR QUÉ?! Eso sí, semejante salto al vacío, hay que verlo.

 

 

25 DE SEPTIEMBRE

 

Medio en serio, medio en broma, nos preguntamos qué película sobre enfermos terminales nos toca ver hoy en el Zinemaldi. En Le dernier souffle el maestro Costa-Gavras se acerca al tema a través del encuentro entre un filósofo y un médico experto en cuidados paliativos, experiencia real de la que salió un libro que el film lleva a la ficción como tratado luminoso sobre el final de la vida y el derecho a una muerte digna. Como ocurría en las historias hospitalarias de Say Hello to Black Jack, cada uno de los personajes secundarios del film plantea un dilema ético que el personaje de Denis Podalydèsse enfrenta bajo la tutoría del doctor interpretado por Kad Merad, desfile en el que destacan Charlotte Rampling, Françoise Lebrun, Hiam Abbass y nuestra Ángela Molina como matriarca gitane rebosante de sabiduría. El enfoque de Costa-Gavras conmueve, pero a ratos uno siente que entre tanto existencialismo y pedagogía a esta película le sentaría bien bajar a tierra. A morir también se aprende.

 

 

Entre 2019 y 2023 Mónica Bellucci se embarcó en una gira teatral en la que la italiana establecía un diálogo con Maria Callas a través de una lectura de las cartas de la diva de la ópera. El resultado de aquella tournée queda recogido en Maria Callas: Letters and Memoirs, que firman al alimón el cineasta Yannis Dimolitsas y Tom Volf, autor de la obra de teatro original, experto en la soprano y responsable de otros documentales sobre su figura como Maria by Callas y Callas – París, 1958. En un elegante blanco y negro propio de un anuncio de perfumes, el film intercala esa lectura inconexa de escritos inéditos de la cantante con un poco de backstage y otro tanto de reflexiones sobre la dificultad de interpretar y comprender a un personaje tan icónico desde el punto de vista actoral. El problema es que no resulta especialmente interesante. Más allá del material para completistas de una u otra artista, no pasa de ser un extra del montaje teatral. Y un tanto plomizo, hay que decirlo.

 

 

Si hay vidas de película, una de ellas fue la del humorista Miguel Gila, anclado en nuestra memoria colectiva con sus monólogos telefónicos desde la trinchera. En ¿Es el enemigo? el director Alexis Morante viene a reinventar las vivencias del artista que inspiraron aquellos famosos sketches como fábula tragicómica. El tratamiento de la película -contraponer los horrores de la Guerra Civil con la bonhomía de un combatiente que los enfrenta desde la risa- era una apuesta tan complicada que no termina de levantar vuelo, a pesar de la entrega del reparto y muy especialmente del protagonista Oscar Lasarte, verdadero descubrimiento. Es más, una vez terminada la película, uno tiene la sensación de que la realidad fue mucho más interesante y compleja que la ficción que representa. Eso sí, el homenaje a Gila bien lo vale. Especialmente como recordatorio para todas esas generaciones en peligro de olvidar nuestra memoria histórica.

 

 

Si las series deben competir en festivales de cine está abierto a debate, pero queda fuera de toda duda que en el @sansebastianfes se han visto producciones españolas que están entre lo mejor de los últimos años: Antidisturbios; La mesías; y este año Yo, adicto, en la que Javier Giner y Elena Trapé llevan a la pantalla la notoria autobiografía del primero sobre su paso por una clínica de desintoxicación. Admira la inteligencia y honestidad del guión a la hora de confrontar los espacios en sombra que esta no-ficción deja a la imaginación del espectador, rompiendo la cuarta pared con sus monologos. Tampoco bastan elogios para el reparto, colección de personajes al desnudo con un Oriol Pla superlativo como alter ego del escritor. Confesional, abierta en canal, respetuosa, salvaje, divertida y emocionante hasta la lágrima, la serie de Giner nos interpela porque, más allá de contar una historia de superación o descenso a los infiernos, es un canto de amor al valor de las personas.

 

 

Paul Schrader apuntaba alto tras cerrar su excepcional trilogía de hombres en la habitación compuesta por El reverendo, El contador de cartas y El maestro jardinero. Bien lejos de la complacencia, pareciera que con Oh, Canada el cineasta haya querido entrar a otro estudio de personaje desde una perspectiva biográfica de las sombras, las del afamado documentalista comprometido con la verdad que al conceder una entrevista sobre su vida desnuda sus miserias. Sorprende, en contraste con las explosiones de sus relatos bressonianos, que esta historia a dos tiempos  se empeñe en mantener un tono aséptico y cortado por elipsis caprichosas que terminan hastiando al espectador a pesar de las presencias de Jacob Elordi, Richard Gere o Uma Thurman. Y es que Schrader quiere filmar un cara a cara confesional con la muerte como elegía deformada, laberinto de -falsos- recuerdos y cruces de fronteras. Si se piensa, otra vuelta más al motivo último de su cine que es la redención. Le sale regulinchi.

 

 

26 DE SEPTIEMBRE

 

Si tuviésemos que escoger la mejor película de la filmografía de Mike Leigh, una de las candidatas sería sin duda Secretos y mentiras. Como secuela espiritual de aquél drama familiar se nos presenta Hard Truths, que va sobre el día a día de una mujer anclada a una rabia sin fondo. Hay que hilar muy fino para que una protagonista tan extrema como la de esta historia se nos revele, capa a capa, risible, odiosa, triste y vulnerable. Y es que el director firma aquí un estudio de personaje con fondo de armario extrañamente divertido, atormentado y desquiciante en el que hay un dolor silenciado detrás de cada grito que inunda la pantalla. El logro lo tiene también -de nuevo- la espectacular interpretación de Marianne Jean-Baptiste como mujer en guerra contra el mundo. Porque, más allá de ese núcleo familiar, Leigh termina hablando de cómo la bondad puede ser vacuna para estos tiempos de rabia indiscriminada hacia todo y hacia nada. Y si no, dense una vuelta por los comentarios de cualquier red social.

 

 

Antes de Nápoles, estuvo la ciudad griega de Parthenope, a la que dio nombre una de esas sirenas mitológicas que hechizaban a los marineros con sus cantos. Seduce también a Paolo Sorrentino su villa natal, a la que este film homenajea siguiendo los pasos de una mujer de hermosura arrebatadora a través de los años como metáfora personificada. Es imposible no ver paralelismos con La gran belleza cuando este periplo vital se pierde entre surrealismo cómico, ideal femenino y poesía de la trascendencia invisible. No cabe duda de que la cámara está enamorada de los paisajes y la actriz protagonista, una magnética Celeste Dalla Port opuesta a Gary Oldman o Stefania Sandrelli como mitos del pasado proyectados al futuro. Y uno puede pensar, con razón, que la película no pasa de ser un paseo ensimismado por la Nápoles de Sorrentino. Excesivo, onanista, incluso vacuo. Pero pocos pueden capturar así la belleza de los cuerpos al calor del verano y la melancolía del tiempo que no vuelve.

 

 

Se agradece ver propuestas de género en Nuevos Directores como Turn Me On, que firma el estadounidense Michael Tyburski. Más de uno pensará en ¡Olvídate de mí! si decimos que la premisa de este film de ciencia-ficción posible es el ingreso en una comunidad controlada donde la medicación viene a erradicar las emociones. Hasta que una pareja se salta su dosis. Con una planificación visual geométrica y el tono aséptico de una recepción de hotel, es una pena que esta distopía termine cayendo en los terrenos comunes de la comedia y el romance, dando incluso explicaciones innecesarias. Con todo, sigue siendo un film pequeño pero bien planteado cuya anestesia emocional profiláctica podría alimentar un episodio de Black Mirror sobre estos tiempos de alienación y relaciones líquidas. Buscado o no, los que reconozcan por ahí a D’Arcy Carden, la todopoderosa Janet de The Good Place, pillarán el chiste extra. ¿Are you content?

 

 

Nos pasamos por Zinemira para ver Ese mundo que no te da nada, producción vasca que firma el veterano Ernesto del Río. Aunque adscrita al documental, esta es una de esas propuestas que viven en las nebulosas de la ficción y la forma sobre el fondo, que el director utiliza para contarnos una historia -¿real?- de amor y vidas cruzadas que comienza en la Bilbao de los años setenta con escala en La Habana para terminar solidificada en unos objetos desprovistos de significado en casa ajena. Es interesante el diálogo que el film propone, cómo dar historia a las imágenes pretéritas para construir un relato en off, del mismo modo que la joven protagonista otorga peso a esos objetos que -imagina- definen a sus propietarios. Funciona bien toda la parte del pasado, no tanto la del presente, porque encajando sus imágenes de archivo en ese nuevo metraje rodado al efecto como pegamento, la propuesta pierde gran parte de su gracia. Como cantaba Silvio: ¿En qué estarán convertidos mis viejos zapatos? My Bilbotik Bretzel.

 

 

Todavía nos estamos recuperando de la sacudida emocional de Yo, adicto y la ficción española vuelve a removernos con Querer, miniserie de Alauda Ruiz de Azúa para Movistar Plus+. La cineasta vasca ya había demostrado en Cinco lobitos su agudeza desnudando oscuridades familiares y un don excepcional para la dirección de actores, que lleva a nuevas cotas en esta crónica de una denuncia de violencia de género que pone patas arriba a una familia acomodada. Si el guión trasmite verdad sin caer en lo panfletario del cine social ni recurrir a ser explicito, es difícil encontrar personajes tan bien escritos como los de esta historia, a los que Nagore Aranburu, Pedro Casablanc y familiares llenan de matices. Todo encaja en este potentísimo, tenso, contenido y demoledor drama psicológico que pone el foco en la violación conyugal, el maltrato psicológico, la violencia económica y otras agresiones invisibles. Y en los terremotos que dejan a su paso.

 

 

27 DE SEPTIEMBRE

 

Uno piensa que la separación Iglesia-Estado es un tema consagrado en la mayoría de democracias modernas. Hasta que se topa con un documental como Apocalypse in the Tropics, que radiografía el auge del fundamentalismo religioso y su influencia en la Brasil de Bolsonaro. Petra Costa y Moara Passoni se meten de lleno en los entresijos de un movimiento evangélico que ha extendido sus raíces a la política hasta extremos insospechados. A este lado del Atlántico, uno contempla con estupefacción su fervor al borde del fanatismo, multitudes congregadas para que una intervención divina cure el COVID o justifique ocupar las instituciones del Estado. Pero lo verdaderamente revelador de este trabajo de investigación es comprobar cómo los propios partidos no dan la espalda a esa fuerza de salvación electoral. Tal vez la pavorosa distopía profética de este documental no quede tan lejos. Y si no, recuerden a aquella ministra que pedía puestos de trabajo a la Virgen del Rocío.

 

 

Hay ideas de guión que sobre el papel pueden parecer abocadas al fracaso. Ahí podría estar Emilia Pérez, que cuenta la historia del sanguinario capo de un cartel mexicano que decide transicionar a mujer. Pero sucede que un maestro como Jacques Audiard es capaz de convertir esta premisa al borde del precipicio en un film fascinante que mezcla sin tapujos comedia, thriller, melodrama y hasta números musicales. Con un fondo, porque tras esos malabares de géneros está también el cuestionamiento de la masculinidad y la violencia ya presente en anteriores trabajos del francés como Un profeta o Los hermanos Sisters. La bandera del film la ondean y cantan unas estelares Zoe Saldana, Karla Sofía Gascón y -un poco menos- Selena Gomez. Audiard se ha marcado un triple salto mortal en forma de alocado y vibrante musical pop narco-trans con alma de culebrón de autor y revolucionario mensaje político. Porque si se puede cambiar de cuerpo, se puede cambiar de alma. Desde ya, icónica.

 

 

We Live in Time prometía darle una vuelta al género de la comedia romántica, expectativas que desbordan un film que, a su cierre, tiene mucho más drama que risas. Funciona bien el inicio del romance: ella, chef que ambiciona el éxito profesional; él, divorciado descreído; juntos, pareja adorable afrontando problemas del mundo real como los sacrificios de la maternidad o el terremoto de una enfermedad. Si John Crowley cae en una de esas historias lacrimógenas en las que sientes al director en la butaca de al lado pasándote el kleenex por la cara, lo sabe compensar con un ingenioso montaje temporal fragmentado y la estupenda química que hay entre Florence Pugh y Andrew Garfield. Ellos solos se las arreglan para sacar adelante una película que grita que vivamos el momento porque aquí estamos de prestado. El crítico argentino Diego Lerer dice -con mucha gracia- que viene a ser el equivalente cinematográfico a escuchar un disco doble de Coldplay. ¡Pues a mí me gusta!

 

 

En El hombre de las mil caras (2016) Eduard Fernández daba vida a un espía real cuyo verdadero rostro parecía impenetrable. De eso trata también Marco, donde Aitor Arregi y Jon Garaño cuenta la increíble-pero-cierta historia del presidente de una asociación de supervivientes españoles del campo de concentración de Mauthausen que mantuvo su puesto guardando un secreto inconfesable. Tenemos nuevamente a un Eduard Fernández magistral, en una interpretación fascinante que reúne mimetización, aires de grandeza, patetismo, angustia y risa tonta. Y es que Marco pudiera haberse quedado en el drama de un hombre que construyó su vida sobre el engaño, pero los Moriarty lo visten como un thriller juguetón de insostenible huida hacia adelante que bordea la comedia. Compasivas o indignadas, las sombras de su personaje terminan cuestionando nuestras verdades consentidas en la era del negacionismo. O a la inversa. ¿Quién no se ha creído alguna vez sus propias mentiras?

 

 

28 DE SEPTIEMBRE

 

Superada la polémica de su Premio Donostia, tocaba recuperar a Johnny Depp para el Zinemaldi como director. El estadounidense vuelve a ponerse tras la cámara con Modi, Three Days on the Wing of Madness, biopic apócrifo de un Amedeo Modigliani en la Paris de la Primera Guerra Mundial cuyas aspiraciones chocan con la cruel realidad. Siguiendo este hilo conductor, la película nace empeñada en debatirse entre dos mundos, la comedia con regusto a slapstick y el drama del artista atormentado, tonos que no congenian y terminan fundidos en un relato acartonado y deslavazado. A pesar de la entrega de Riccardo Scamarcio y su troupe actoral, aportando frescura a esa bohemia del exceso, cuando se trata de entrar en las entrañas del personaje y sus demonios, el film se pierde por completo. Modigliani decía que para pintar uno debía conocer primero su alma. Es una lástima, porque este retrato daba para mucho más que una capa de colores sin sustancia.

 

 

Hacemos otra parada en el cine vasco con Azken erromantikoak, segundo largometraje de David P. Sañudo tras la celebrada Ane. Sobre la base de la novela de Txani Rodríguez, su película es también un retrato íntimo de mujer, una protagonista estancada en la tristeza que suman monotonía vital, precariedad laboral y agorafobia social. A pesar de algún que otro exceso del guión -los arrebatos poéticos y ciertos toques de humor- la estupenda y contenida interpretación de la actriz Miren Gaztañaga hace que el film gane muchos enteros. Sería tentador hablar de anestesia generacional pero P. Sañudo trasciende tiempos y lugares con esta melancólica película de atmosferas grises y sentimientos sugeridos que se pregunta si es posible romper el caparazón en un presente sin canales de comunicación. La respuesta, el verdadero romanticismo, tal vez esté en la metáfora liberadora de Irune que cierra el film. Bailemos. Aunque tenga que ser solos.

 

 

Dea Kulumbegashvili conmocionó a San Sebastián con Beginning, Concha de Oro para un film radical que generó opiniones encontradas. Cuatro años después, la cineasta georgiana regresa con April, drama en torno a una ginecóloga rural puesta en cuestión tras un alumbramiento fallido. Avisa el film con el encuadre fijo de ese parto alargado hasta la extenuación, situando al espectador como incómodo observador de una cámara quirúrgica que lo mismo provoca desde el silencio que se detiene en atmósferas fantasmales que aguardan la detonación del terror que habita fuera de los márgenes del plano, como si algún monstruo fuese a aparecer en el momento más inesperado. Porque, efectivamente, monstruos son aquellos que acechan -y alimentan- al personaje interpretado por la actriz Ia Sukhitashvili desde un misterio críptico. Con este relato de violencia contra las mujeres, Kulumbegashvili se confirma sin duda como una cineasta de mirada única. Exigente, oscura, rabiosa, perturbadora e inmisericorde.

 

 

Al espectador siempre le han fascinado los grandes mitos, pero todavía más sus caídas. No tanto las historias de aquellos que se desvanecieron sin hacer ruido. Era consciente de ello Gia Coppola cuando escogió a Pamela Anderson, indiscutible sex symbol de los noventa, para protagonizar The Last Showgirl encarnando a una veterana bailarina de un espectáculo de Las Vegas en horas bajas. Porque si en algo incide esta película es en la dignidad de unos personajes que, sabiéndose vulnerables y perdidos, mantienen viva su llama. Lejos del recurso fácil que era su comeback triunfal, Pamela brilla con una interpretación medida entre la ingenuidad y la nostalgia, pero tampoco se queda atrás el resto del reparto -entre otros, una apoteósica Jamie Lee Curtis y un entrañable Dave Bautista- al borde de convertirse en un film coral. El resultado es un pequeño y precioso drama crepuscular de texturas evanescentes sobre lo que pasa cuando se apagan las luces del estrellato y ya no queda nadie en las butacas.

 

 

Pocas metáforas sobre el cine han sido tan hermosas y precisas como esa escena de Drácula (1992) en la que Coppola sitúa a su vampiro en un recién descubierto cinematógrafo. Y es que está claro que las imágenes en pantalla transforman a quienes las observan con sus poderes hipnóticos. Lo explica muy bien Arnaud Desplechin en Spectateurs! a través de una colección de pequeños ensayos sobre los cines y los que los habitan que van desde la master class teórica hasta la reflexión poética del cinéfilo enamorado, viñetas a las que el director añade una autobiografía ficticia de quien descubre el celuloide con la emoción de un Cinema Paradiso. Todos tenemos nuestra propia historia de amor con las salas. Porque, más que un documental sobre el séptimo arte, esta es una película sobre el acto de sentarse en la butaca del cine. Qué duda cabe, sin nosotros, no tendrían sentido. Difícil encontrar una mejor manera de cerrar este @sansebastianfes.

 

 

Premios Flipesci

Flipesci Zinemaldia: Cuando cae el otoño

Flipesci Perlak: Anora

Flipesci Zabaltegi: April

Flipesci New Directors: La guitarra flamenca de Yerai Cortés / Por donde pasa el silencio

Flipesci Horizontes Latinos: Cuando las nubes esconden la sombra

 

TOP del #72SSIFF:

1.- Anora

2.- The Wild Robot

3.- The Seed of the Sacred Fig

4.- Memoir of a Snail

5.- Emilia Pérez

6.- Quand vient l’automne

7.- Parthenope

8.- The Substance

9.- The Last Showgirl

10.- Bird

11.- On Falling

12.- C’est pas moi

13.- April

14.- El llanto

15.- Marco

+ Yo, adicto

+ Querer

 

Sin desmerecer: Emmanuelle; Cónclave; Ainda Estou Aqui; All We Imagine as Light; Simón de la montaña; La virgen roja; A Traveler’s Needs; Los destellos; Bound in Heaven; En fanfare; Hard Truths; Turn me On; Apocalypse in the Tropics; Spectateurs!

 

Textos: @Fer_Iradier / @javivoland