Crónicas Derechos Humanos 2024

 

 

El cartel del 21º Festival de Cine y Derechos Humanos de Donostia-San Sebastián muestra a nuestro planeta metido en una bolsa de basura transparente, que difumina pero no puede ocultar los océanos y continentes del globo terráqueo. Del 12 al 19 de abril de 2024 serán dieciocho las películas que actúen a modo de pantalla translucida, una programación dispuesta a acercarse a las más diversas realidades escondidas a nuestros ojos o ante las que, no pocas veces, apartamos la mirada.

 

 

En una escena de Barrio (1998), los adolescentes protagonistas se preguntan dónde se ven a sí mismos dentro de cinco, diez, veinte años. Es un tiempo que ha transcurrido ya para la película de Fernando León de Aranoa, que el Festival ha rescatado con ocasión de su más que merecido premio. Lanzando aquél interrogante hacia el pasado, tal vez los chavales de hoy escuchen Los Chikos del Maíz y Rosalía en lugar de 7 Notas 7 Colores o Extremoduro, pero alberguen la misma esperanza frente a la precariedad del futuro. Puede también que aquellas casas, ahora gentrificadas, se hayan convertido en pisos turísticos con fachada ventilada. O las habiten quizá inmigrantes a los que se les cobra una renta abusiva. En definitiva, aunque hayamos cambiado -quién sabe si a mejor- sigue habiendo mucha verdad en esta película atemporal.

 

 

Como puerta de entrada al Mediterráneo, España acumula incontables dramas en torno a la inmigración, no demasiado representados en nuestro cine. Mucho menos la historia del protagonista de El salto, un extranjero en situación irregular que de la noche a la mañana se ve expulsado más allá del estrecho dejando familia, trabajo y futuro al otro lado. Como hacía Matteo Garrone en la extraordinaria Io capitano, el director Benito Zambrano rehúye a ratos del drama para contar su intento de regreso a modo de thriller social en la frontera de Melilla con la tensión propia de una película de fugas -planes, peligros, adversidades, intentos- que desdibuja en el proceso a los personajes. No es, ni mucho menos, un enfoque banal. Y es que aquí la libertad también está detrás de una valla.

 

 

De la Mostra de Venecia nos llega Woman Of…, que recorre el periplo vital de una mujer trans desde su infancia hasta el presente, biografía paralela a la de una Polonia que avanza reflejada en el muro de la ciudad de provincias frente al que pasan los protagonistas con la caída del comunismo, el nacimiento de Solidaridad o el papado de Juan Pablo II. Malgorzata Szumowska y Michal Englert cuentan ese viaje a través de una bellísima puesta en escena -el resumen del enamoramiento que abre el film- llena de simbolismos y referencias. Y es que, en última instancia, su película se erige también en historia de amor, trascendiendo lo político gracias a las actrices Malgorzata Hajewska-Krzysztofik y Joanna Kulig. Un muy notable drama entre el bildungsroman de Laurence Anyways y la sensibilidad del Girl de Lukas Dhont.

 

 

Los palestinos llaman Nakba al éxodo de su población, forzada a desplazarse a otros países tras  la guerra árabe-israelí de 1948. En Bye Bye Tiberias, la cineasta Lina Soualem regresa al lugar que habitaron sus antepasados antes de aquellos hechos para indagar en su genealogía desde el estudio íntimo de su madre, la actriz Hiam Abbass, resultando en un emotivo álbum familiar que es, al tiempo, historia(s) de ese exilio palestino. Un estupendo documental de mujeres, memorias, identidades perdidas, reuniones familiares, fotografías detenidas en el tiempo y cintas de video caseras que, a pesar de resultar luminoso, respira no poca melancolía. Es lo suyo, porque sucede que aunque aquél lago de infancia siga estando en su sitio, ya no podemos llamarlo nuestro.

 

 

Al cineasta Ander Iriarte le venimos siguiendo la pista en el Festival desde De Echevarría a Etxeberria, documental que planteaba preguntas incómodas en torno a ETA y el conflicto vasco, una materia que seguiría abordando hasta la reciente Karpeta Urdinak. Como extensión de aquél trabajo sobre la tortura en Euskadi, sumando ahora a la directora Amaia Merino, Indarkeriaren oi(h)artzunak ahonda en el caso de Esteban Muruetagoiena, médico de Oiartzun doblemente secuestrado por la banda terrorista y las fuerzas policiales, un relato al que pone rostro total -en delicada animación o descarnada realidad mirando a cámara- su hija Tamara. Es el testimonio directo de una de tantas historias de la violencia en el País Vasco que, hoy por hoy, siguen siendo una verdad sin justicia ni reparación.

 

 

En 2021 el presidente bielorruso Alexander Lukashenko comenzó a utilizar a los migrantes como arma arrojadiza a través de la frontera polaca, desatando una tragedia humanitaria a las puertas de Europa. En Green Border, la cineasta Agnieszka Holland rueda esta crisis migratoria sustituyendo el verde forestal del título por un infierno en blanco y negro de textura documental, creando un limbo donde las personas vagan perdidas entre árboles, pantanos, fuerzas armadas y alambradas como en un survival televisado. Los distintos capítulos del film se reúnen en una oscura colección de historias encadenadas que solamente iluminan unos héroes anónimos. Un crudo relato de ignominiosa y cruel realidad cuyo epílogo nos recuerda que, además, hay migrantes de primera y de segunda. Muy potente.

 

 

El -engañoso- póster de Sobre la hierba seca nos muestra a su protagonista de espaldas, contemplando un bucólico paisaje. Es una imagen que remite a El caminante sobre el mar de nubes, del pintor romántico Caspar David Friedrich. Pero no son nubes sino nieve y hielo lo que ven los ojos de ese profesor atrapado en un remoto pueblo de Anatolia, un personaje que, como el del cuadro de Friedrich, se mantiene oculto al espectador. Capa tras capa, Nuri Bilge Ceylan nos habla de vacíos interiores, de vidas que esperan varadas en ninguna parte y ficciones que nos contamos a nosotros mismos para seguir a flote, esculpiendo poco a poco un film profundo, monumental, cautivador, dialogado, opaco, existencialista y, sin duda, mucho menos exigente de lo que se le supone a este cineasta. Deja huella.

 

 

No se les da mal a los franceses eso del cine social, practicando en ocasiones un subgénero que podríamos denominar “de profesiones” y ha dejado cintas tan interesantes como Los buenos profesores o Hipócrates. En Matronas, la directora Léa Fehner nos mete en el paritorio de un hospital público de la mano de dos estudiantes en prácticas -estupendas Héloïse Janjaud y Khadija Kouyaté- que empiezan su andadura con muy distinto pie. La denuncia del film, la precariedad de un sistema sanitario desbordado a pesar de la entrega de unos profesionales enfrentados a durísimas condiciones de trabajo, va quedando en segundo plano frente a la exploración de los personajes, pero nos queda claro que al otro lado de los Pirineos las cosas no son mucho mejores. Bonita, formularia y con epidural.

 

 

Que el trabajo -su ausencia, su exceso, su futuro- es uno de los grandes males de nuestro tiempo no se le escapa a casi nadie, pero pocos documentales se han propuesto analizarlo desde tantas perspectivas como las que pretende After Work. Viajando por los ecosistemas laborales de Corea del Sur, Italia, Kuwait o Estados Unidos, el largometraje del sueco Erik Gandini va lanzando preguntas y dardos envenenados a la cultura del esfuerzo, la distopía posible de un mundo sin empleos, las clases sociales, los workaholics, la explotación y otros muertos felices del capitalismo. Entre filosófico e investigador, el itinerario resulta algo disperso, pero luce envuelto en un bonito embalaje visual de mala ostia. Ya lo decían los punkis, sin necesidad de tanta sociología: abajo el trabajo.

 

 

Entre muchas atrocidades, el Estado Islámico de Irak secuestró a miles de mujeres y niñas de la etnia yazidi para venderlas como esclavas sexuales. Una de las que pudo ser rescatada de aquél infierno fue Mediha, a la que el director Hasan Oswald entrega una cámara de video a modo de diario visual, silencio roto que va abriéndose al espectador mientras la película sigue en paralelo la angustiosa búsqueda de su hermano pequeño y otras personas en paradero desconocido capturadas por el Daesh. Pero si por algo emociona sobremanera esta historia es por la valentía de su joven protagonista en su búsqueda de justicia y enfrentamiento del trauma. De dentro a fuera, es un retrato íntimo y liberador de la imagen grabada frente al horror. Estremecedora.

 

 

Cuenta una de las protagonistas de Le mot je t’aime n’existe pas, traductora de tamil, que en su idioma materno no es posible decir “te quiero” pero eso no quita para que en su sociedad el amor se exprese de otras formas, invisibles de partida para la nuestra. Es uno de los tres profesionales a los que sigue este documental mientras ayudan en los ámbitos de la asistencia social, la justicia o las solicitudes de asilo. Más allá de reivindicar la labor de estos trabajadores o las historias personales de sus clientes, Raphaële Bénisty despacha un film sobre migrantes e intérpretes que son reflejo del mismo espejo, testimonios sin rostro, cámara pegada al cuerpo y estricto blanco y negro donde también se cuela esa cuestión identitaria que tanto preocupa a los franceses. Pequeñito pero muy bien pensado.

 

 

Como de costumbre, el Festival reserva un espacio en su programación para el conflicto del Sáhara Occidental. Resulta demoledor este dato: Marruecos controla el 75% de las reservas mundiales de fosfato, imprescindible para la fabricación de fertilizantes, uno de los mayores expolios en su territorio ocupado. Para hablar de este robo de recursos a los saharauis, Desert PHOSfate explora la alternativa de una horticultura en el desierto, perseverancia mediante. Lo cierto es que entre explicaciones técnicas y tradiciones artísticas mantenidas también a modo de resiliencia, lo que quiere contar este documental no termina de arañar la superficie. Eso sí, la escena de la tormenta de arena que abre el film es impagable. Muerde el polvo, Dune. Y la referencia no es gratuita.

 

 

Vamos ahora con Taxibol, una de las propuestas más inclasificables del Festival, perfecto ovni cinematográfico digno de Zabaltegi-Tabakalera. Tommaso Santambrogio divide este mediometraje en dos partes: una imposible conversación imaginada entre el cineasta -aquí actor- Lav Diaz- y el taxista Gustavo Flecha por las calles de La Habana; al que sigue la rutina de un anciano criminal de guerra olvidado en un exilio de lujo, nexos de unión entre unas Filipina y Cuba con sus propios pasados y presentes de violencia y represión. El resultado es un extraño díptico entre diálogo documental en movimiento y silenciosa ficción a modo de cuadro de terror gótico. De esos malvados a los que nadie ha juzgado. Tal vez, en sus propias pesadillas. Sin duda, en el cine.

 

 

Tampoco podía dejar de estar presente en la programación del Festival la guerra de Ucrania, a la que la pareja de cineastas eslovacos Ivan Ostrochovsky y Pavol Pekarcik se ha acercado desde un prisma muy poco convencional. Y es que la docuficción humanista de Photophobia atraviesa una fotografía de los refugiados en la estación de metro de la ciudad de Kharkiv con la inocencia de los niños atrapados en ese refugio improvisado de tintes postapocalípticos. El resultado es un film en el que la rutina de unas vidas adultas retenidas bajo tierra por las bombas se contrapone a la mirada luminosa infantil que representa la esperanza en el futuro. Mirada para la que -tampoco lo olvidan- la única luz del exterior son las diapositivas de un país en ruinas.

 

 

En 1996 Slobodan Milosevic, presidente de una Yugoslavia en disolución, se negó a reconocer los resultados de las elecciones municipales, desatando una ola de protestas duramente reprimidas. Lost Country cuenta aquellos hechos desde los ojos de un adolescente cuya madre participa del Gobierno socialista, magníficas interpretaciones de Jovan Ginic y Jasna Djuricic. Gracias a su sobria composición visual, el serbio Vladimir Perisi congela una violencia interior que se intuye del pasado hacia el futuro, esa del que sabe sin querer saber. Y es que en el corazón de esta película no hay tanto un desencanto político como la incomprensión de un chaval que solamente quiere ser aceptado. Un impecable coming-of-age cuyo dolor subterráneo discurre entre el drama familiar y los daños colaterales de la opresión política.

 

 

Hay personajes capaces de sostener una historia por sí solos. Es el caso del joven psiquiatra que protagoniza État limite, incansable profesional que circula por el universo cerrado de pasillos y habitaciones de un hospital a las afueras de París armado con su empatía. Entre crónica de campo de batalla y reflexión filosófico-deontológica, hay en este documental algo que habla de nexos de unión entre personas, bien sea a los pies de una cama o confesando a un compañero en tiempo de descanso el abandono de quienes trabajan al borde de un abismo en el que no se pueden permitir caer. En definitiva, de cómo conjugar el humanismo en un sistema sanitario donde médicos y pacientes no son más que números de un presupuesto deficitario. Nuevamente, en Francia o en Osakidetza.

 

 

El 27 de junio de 1960, una bomba estalló en la estación de tren de Amara, matando a una niña de veinte meses de edad. Atribuido durante años a ETA, aquél primer asesinato de la banda terrorista fue estudiado a fondo por el historiador Gaizka Fernández y el periodista Manuel Aguilar, dando lugar a un trabajo cuyas conclusiones resume Muerte en Amara, improbó documental de investigación con derivas a tiempos convulsos y organizaciones armadas perdidas en los márgenes de la historia. Aunque formalmente resulte mucho más interesante lo que cuenta que cómo lo cuenta, es de agradecer la reivindicación que esta película hace de la difícil labor historiadora y -como suele suceder- el olvido de las víctimas. Lástima de spoilers.

 

 

Clausura esta edición Nina, segundo largometraje de la directora Andrea Jaurrieta tras Ana de día. Del neo-noir al thriller, sorprende la cinefilia que reviste este revenge film almodovariano narrado a dos tiempos, cuyos cimientos dramáticos hablan del consentimiento y las heridas que siguen sangrando. No descubrimos nada nuevo en las estupendas interpretaciones de una Patricia López Arnaiz quebrada en sus recuerdos y un muy turbio Darío Grandinetti, mucho en la de la joven Aina Picarolo. Tan solemne en su fondo como juguetona en sus formas de cruce de géneros, puede que esta propuesta no termine de cuajar del todo, pero en su desenlace de rabia detenida se esconde una verdad intachable. Cuando todos son cómplices del silencio, uno se puede permitir ser tan sutil como una escopeta metida en la boca.

 

 

 

TOP @GizaZinemaldia

1.- Sobre la hierba seca

2.- Woman of…

3.- Lost Country

4.- Green Border

5.- Bye Bye Tiberias

Textos: @Fer_Iradier