A las salas de cine · Fernando Iradier para Arteuparte 31
“Y es que la cultura del cine es también una unión de personas de la que pueden surgir muchos caminos más allá de las butacas. Si pienso en ello, vuelven a mi cabeza recuerdos lejanos de sesiones en los desaparecidos Astoria o Petit Casino, aquellas primeras salidas de casa en cuadrilla sin supervisión adulta.”
Contaba Jean-Claude Carrière luego de un pase en el Festival de Cine de San Sebastián en el que celebramos su cumpleaños, que cuando uno siente cerca la hora de su muerte debe regresar a los lugares que ha amado para despedirse. Decía así: Kioto, te he amado tanto; nos hemos amado tanto. Para mí, algunos de esos lugares serían, sin duda, las salas de cine.
Como concepto, los cines son territorios mágicos como pocos, ventanas a otros mundos, resguardo de cabezas rumiantes y templos espirituales compartidos en silencio como las iglesias. Ciertamente, hay algo de ritual religioso en el acto de sentarse en la butaca y esperar a que se apaguen las luces. Son liturgias que, parece, se van perdiendo poco a poco, mejor dicho, no son adoptadas plenamente por las nuevas generaciones ni continuadas por quienes las practicaron. Un espíritu boomer me hace pensar que los hábitos de consumo han cambiado a peor, la consagración de las todopoderosas plataformas desde la comodidad del sofá o la falta de capacidad de atención que supone que ahora todo tenga que ser corto, rápido, seguido e inminente, signo de estos tiempos con minutaje de segundos de lectura.
De lo general a lo particular, Donostia se imagina diferente. Lo he dicho muchas veces: no somos conscientes de la suerte que tenemos en esta ciudad -y alrededores- gracias al trabajo de los programadores culturales, públicos y privados. Poder disfrutar de cosas tan maravillosas como Bang Bang Zinema, Dock Of The Bay, Kresala, Ozzinema o Grillos Navajeros, no tiene precio. Qué decir de La Semana de Terror, el Zinemaldi, Derechos Humanos o Nosferatu. Y de continuo, una cartelera diseñada con mimo, casi al gusto del espectador. Llegado el momento, tampoco podría despedirme de las cosas que he amado sin mencionar a Arteuparte, porque gracias a ellos he podido vivir muchos de estos eventos a otro nivel. Les debo, por ejemplo, amaneceres montado en vaporetto rumbo al Lido. Todos los mencionados han sido, de un modo u otro, responsables de mi educación cinéfila y sentimental.
Si las películas viven a través de nosotros, una sala de cine no es nada sin su gente, incontables amigos conocidos y reconocidos a la salida de las proyecciones, en el asiento de al lado, Flipescis proud members. Las películas quedan atadas a ellos. Y es que la cultura del cine es también una unión de personas de la que pueden surgir muchos caminos más allá de las butacas. Si pienso en ello, vuelven a mi cabeza recuerdos lejanos de sesiones en los desaparecidos Astoria o Petit Casino, aquellas primeras salidas de casa en cuadrilla sin supervisión adulta. En un pasado mucho más cercano, la pandemia va quedando atrás y olvidamos que nuestros cines fueron de los primeros en reabrir. Sobra decirlo, la industria cinematográfica sobrevivió a crisis peores, pero nos necesita para seguir adelante. Cuidemos las salas de cine más allá del evento y el blockbuster. A veces pienso que, en una Donostia que se desintegra por momentos, bien pudieran ser el último refugio.
Volviendo a Carrière, tengo dicho una y mil veces que cuando la palme tiren mis cenizas de forma clandestina al patio de butacas del Teatro Principal durante una sesión de La Semana, donde tan feliz he sido. Cruzar sus puertas es como entrar en casa. ¿Cuántas horas pasadas en esas butacas? ¿Cuántas las que me quedan? Sería un buen epitafio. Nos hemos querido mucho.
por fernando iradier
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